sábado, 20 de mayo de 2017

La hidra prejuiciosa

Al parecer, los prejuicios jamás nos abandonan. Habíamos pasado de ser “diferentes” en un ambiente que profesaba el culto a la superficialidad, a ser los profetas de la plasticidad en el mundo en el que buscábamos refugiarnos. Sin embargo, no porque hubiésemos cambiado nuestros ideales; no porque hubiésemos dado un giro de ciento ochenta grados ni porque nos gustase diferir de la muchedumbre. Era culpa de los prejuicios: esa hidra a la que le crecen más cabezas cada vez que se intenta cortar una, de la que parece no haber escapatoria, de la que parece no haber salvación.
Habíamos llegado a este nuevo mundo decididos a encontrar nuestro lugar, esperando ver brazos abiertos y ojos amables dispuestos a compartir ese amor común del que todos nos jactábamos y que parecía unir a sólo un selecto grupo de la sociedad. En su lugar nos topamos con la feroz competencia y con la hidra, otra vez.
¿Acaso no sufrieron ustedes lo mismo que nosotros? ¿No deberíamos intentar estar todos juntos? Resulta irónico que se hayan convertido en lo que dicen odiar, acusándonos a nosotros de personificarlo. No nos conocen. No saben quiénes somos. Y así como nosotros no sabemos los pormenores que hay encerrados tras las puertas de su mundo, ustedes no saben los que hay en el nuestro. No saben que el nuestro también es un mundo de matar o morir, donde en lugar de haber navajas hay palabras: eso mismo que amamos es lo que nos destruye; no saben que es un mundo que no te incita a ir más allá, en donde la inercia es la característica privilegiada; no saben lo crueles que son todos si no se encaja con el estereotipo estético. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario