miércoles, 24 de mayo de 2017

Capítulo 2

Salvador.
Siento a mi cuerpo moverse en dirección al que será mi próximo empleo pero yo no me siento sujeto parte de la acción. Probablemente porque todavía no termino de asumir que mis viajes por el mundo terminaron. La negativa de la comunidad científica ante mi petitorio de beca para investigación me obligó a enfrentarme a la escasez de recursos. Por suerte, Ariana pudo convencer a su madre de que me ofreciese un trabajo (tras modificar mi currículum, por supuesto), razón por la que estoy dirigiéndome, un lunes a las siete de la mañana, al instituto psiquiátrico Rosa de los Vientos.
-Bienvenido a Rosa de los Vientos. ¿Qué puedo hacer por usted?
Mi yo metafísico  parece volver a conectarse con el material y soy consciente de que me encuentro frente a la recepción del instituto. Observo el lugar, sin sorprenderme de la cantidad de blanco que hay a mi alrededor. Lo único que parece contrastar con la sobreabundancia de dicho color es el escritorio caoba de la mujer que está sentada frente a mí, observándome como si esperase a que dijera algo. Cierto, acaba de preguntarme algo.
-Soy Salvador Presma-Le respondo, plasmando en mi rostro la sonrisa más encantadora que logro esbozar-Tengo una entrevista con la señorita Velázquez.
-Oh si, por supuesto doctor Presma. Disculpe, es sólo que no estaba esperando a alguien tan…joven.
Reprimo el impulso de borrar la sonrisa y poner los ojos en blanco. ¿Por qué será que las mujeres tienden a aferrarse a la más mínima señal (o lo que ellas creen es una señal) de interés? ¿Acaso no entienden que una sonrisa no es más que una sonrisa? Nota mental: evitar ser demasiado amable con esta regordeta mujer de labios exageradamente rojos y grandes ojos oscuros, claramente anhelantes de una mínima señal de atención masculina.
-¿Podría indicarme cómo llegar a su oficina?
-Sí, sí. Por supuesto-La mujer vuelve a ruborizarse y se pone de pie, intentando disimular su incomodidad.
Me guía por un pasillo que se encuentra al atravesar una puerta ubicada exactamente detrás de la silla de la secretaria, hasta llegar a la puerta del fondo. Ésta tiene un cartel en letras doradas que reza Gabriela Velázquez. Imponente, el dorado es un color imponente. La mujer se queda parada sin hacer ni decir nada, por lo que me veo obligado a golpear la puerta yo mismo (volviendo a reprimir la irritación). Al abrirse, veo aparecer frente a mis ojos a una mujer de porte erguido, extremidades largas y delgadas, pelo negro y corto hasta los hombros, y unos ojos verdes que parecen demasiado fríos como para intentar analizarlos. Esta mujer no se parece en nada a la imagen que me había hecho de la madre de Ariana en mi cabeza.
-Buenos días. Usted debe ser Salvador Presma-Su voz suena tan rígida como lo es su postura.
-En efecto señorita Velázquez. Un placer conocerla al fin.
Extiendo mi mano hacia ella a modo de saludo. La mujer me la estrecha y, otra vez, me sorprende su firmeza y seguridad.
-Creo que ya podés retirarte Marcela. El doctor Presma y yo tenemos una entrevista pendiente.
-Disculpe señorita Velázquez.
Dicho eso, y tras dedicarme una última mirada con lo que cree es disimulo, Marcela se retira por el mismo pasillo por el que vinimos.
-Pase por favor doctor.
Su oficina no refleja ningún tipo de gusto o característica personal. Las paredes están pintadas de color gris, los muebles son de madera y no veo ningún cuadro, fotografía u objeto que podría darme un indicio de quién es Graciela Velázquez. Suelo ser un buen observador, logrando entrever las facetas ocultas de la gente incluso antes de que me muestren la máscara que han decidido lucir. Y suelo usar eso a mi favor, porque saber quién es alguien incluso antes de saber quién quiere o pretende ser, puede resultar sumamente útil a la hora de obtener beneficios de su parte. Sin embargo, la oficina de mi futura jefa no me dice nada.
La observo acomodarse en la silla de cuero negro detrás de su escritorio y extender una mano hacia el lugar frente a ella, indicándome que la imite. Sin dejar de sonreír acato la silenciosa orden.
-Mi hija ha hablado mucho de usted doctor Presma-Dice Velázquez sin dejar que sobre nosotros caiga el silencio incómodo.
-Espero que hayan sido buenas referencias.
La mujer no sonríe, dándome a entender que esa no es la estrategia apropiada para abordarla.
-Su currículum es impresionante, debo admitirlo. Cuénteme un poco más acerca de su experiencia en Afganistán .
Me sorprende que, de toda la sarta de proezas y actividades que incluyó Ariana en mi currículum, su madre decida preguntarme acerca de la única verdadera, la única de la que en realidad puedo hablar.
-Era un lugar muy pobre y necesitaban ayuda médica. Yo apenas tenía veinticinco años, recién salido de la Universidad, listo para explorar el mundo. Fue una experiencia gratificante. En un principio, realizaba únicamente tareas pediátricas, porque los niños eran los más afectados. Pero, a medida que avanzaban las guerras y el panorama se volvía más violento, comenzaron a aparecer hombres con trastornos psiquiátricos.  Un médico no puede tomar partido así que atendíamos a todos por igual, al violento y al violentado.
-¿Le fue difícil mantenerse neutral en ese tipo de situaciones doctor?
Algo en el tono de Graciela Velázquez hizo que levantara la vista y la observara con fijeza por unos segundos. Su rostro se mantiene imperturbable, luciendo la misma expresión que tenía al salir de su oficina para recibirme. Me pregunto por qué le interesa tanto el tema de la guerra; el tema de Afganistán, el tema de la neutralidad. ¿Acaso…? No, eso es imposible. Es imposible que esta mujer (o cualquier otra persona que no fuésemos Ariana o yo) sepa qué fue lo que realmente pasó en Afganistán.
-Para nada.
Estoy seguro de que sabe que estoy mintiendo, así como también ella es consciente de que yo sé que sabe que no estoy diciendo la verdad. Ninguno de los dos dice nada por un momento. Nos mantenemos mirándonos a los ojos, estudiándonos, analizándonos. Siempre ocurre lo mismo cuando se busca trabajo en una institución: el empleador necesita saber cuánto están dispuestos a soportar los empleados, qué clase de personas son, cuánta habilidad tienen guardando secretos. ¿Por qué es relevante guardar un secreto en una institución? Porque éstas están construidas sobre redes de mentiras y secretos que se van entrelazando unas con otras hasta construir un colchón de aterrizaje seguro para quienes tienen el poder, el control. Supongo que Velázquez ve en mí una gran habilidad para guardar un secreto porque ninguna otra cosa puede explicar que de sus labios salga, así sin más, lo que dice a continuación:
-Bien, creo que todo está demasiado claro en su currículum como para que sigamos extendiendo esta entrevista. Tengo cosas que hacer. Bienvenido oficialmente a Rosa de los Vientos.
Se pone de pie y extiende un brazo hacia mí. Sorprendido por la velocidad de la entrevista hago lo propio con mi brazo y sellamos un acuerdo del cual no creo estar cien por ciento seguro de conocer todas sus cláusulas.
-Su horario de trabajo es de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, de lunes a viernes. Si lo necesitamos algún fin de semana lo llamaremos pero por ahora no están incluidos en su horario de trabajo habitual. La lista de pacientes con sus respectivas medicaciones y condiciones se encuentran en su oficina. Aquí tiene las llaves y cualquier cosa no dude en llamarme a mí o a Marcela.
Tomo las llaves, asiento y salgo de la oficina, aún estupefacto. Esto no puede haber sido tan fácil. Antes de dirigirme a mi nueva oficina, aunque tras haberme alejado de la oficina de mi nueva jefa, llamo a Ariana.
-¿Qué querés?-Pregunta sin siquiera saludarme.
-¿No vas a felicitarme por haber obtenido el trabajo de manera oficial?
-Era obvio que te iba a contratar, el currículum que te hice es impresionante.
-Esa misma palabra fue la que usó tu madre para describirlo. Aunque, sorpresivamente, por lo único por lo que me preguntó fue por Afganistán. Creí que lo habías sacado.
La oigo suspirar al otro lado de la línea.
-¿Qué le dijiste?
-Lo mismo que le digo a todo el mundo que me pregunta. Pobreza, niños, enfermos mentales, neutralidad. ¿Qué otra cosa podría decir?
-¿No mencionaste a…?
-No Ariana. Dios, ¿cuándo la he mencionado en alguna conversación? Si vamos a hacer esto juntos voy a necesitar que tengas un poquito más de fe en mí.
-Confío en vos Salvador, es sólo que todo esto es muy complicado. Mentir, tener que cuidar todo lo que decimos y todo lo que hacemos constantemente.
-Lo sé, lo sé. Nunca te olvides de por qué estamos haciendo todo esto Ariana. Va más allá de mí, más allá de vos y más allá de ella.
-Sí, tenés razón. Estoy cansada, nada más. Me alegra que la entrevista haya salido bien.
-A mí también. Descansa un poco Ariana, lo mereces.
Sin esperar a que me responda le pongo fin a la llamada. Ahora sí me encamino a mi nueva oficina. El interior es una réplica exacta de la oficina de Graciela Velázquez, lo que me confirma mi hipótesis de que en ella no había ningún resabio personal. Dejo mi maletín en el sillón de cuero negro asignado para los pacientes (el cliché de los consultorios psicológicos o psiquiátricos) y permanezco unos minutos observando el cuarto. Tras el escritorio hay un gran lleno de cajones (cada uno marcado con una de las letras del abecedario), el cual asumo es el que contiene todos los expedientes médicos. Me acerco a él, abriendo todos los cajones aunque sin sacar nada. No sé si estoy listo para ver a la gente que han metido en este lugar; no sé si estoy listo para intentar comunicarme con ellos; no sé si estoy listo para volver a encontrarme con la parte de mí mismo que cree que aún hay esperanzas. El discurso lo tenemos todos, pero el accionar es sólo de algunos pocos. ¿Qué pasa si Salvador Presma es solo un hombre de discurso?


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