Encontramos a
tu hermana. Esas cuatro palabras resuenan una y otra vez en mi cabeza, en
diferentes tonos y de diferentes maneras, pero siempre siendo las mismas. Samantha.
Dios, hace seis meses que no tengo noticias de ella. Me pregunto a dónde habrá
terminado. Para ser sincera, una parte de mí creía que había muerto, que había
desaparecido. Lo peor de todo es que, esa pequeña parte de mí que había dejado de concebir el mundo en donde yo
tenía una hermana, en donde Samantha Priori existía, era feliz. Sin embargo, al
recibir el parco mensaje de texto de mi padre diciendo que la encontraron, me
sentí aliviada. Esa ilusión de felicidad que había creído sentir ante la no
existencia de mi hermana menor ha sido reemplazada por la alegría, en todo su
esplendor, de saberla viva. Quién me entiende.
-¿Vino desde muy lejos señorita?-Me pregunta el
taxista sacándome de mis propias cavilaciones.
-Buenos Aires.
Después de todo el incidente de Sam no podía soportar
seguir conviviendo con nuestros padres; no podía seguir conviviendo con la
depresión, la culpa y la ira que se habían vuelto huéspedes permanentes de
nuestra casa. Solicité una beca para continuar mis estudios universitarios en
Buenos Aires y, gracias a los contactos que había conseguido en el seminario de
nuevo periodismo un año atrás, logré conseguir una compañera con la cual
compartir departamento. Mis padres no objetaron mi decisión, e incluso
parecieron aliviados de no tener que cargar conmigo en ese momento.
-¿Y qué la trajo de vuelta por estos lados?
En general, me gusta cuando los taxistas sacan tema
de conversación porque eso hace que me sienta menos sola, eso hace que vaya
descubriendo gente amable en mi vida cotidiana y deje de pensar que el egoísmo
y la crueldad no tienen cura. Pero hoy, el sonido de una voz ajena basta para
ponerme los pelos de punta. Hasta que no me encuentre cara a cara con mi
hermana y me cuente qué fue lo que paso, no voy a poder quedarme tranquila. A
pesar de ello, no me siento capaz de ignorar al pobre hombre y respondo lo
primero que cruza por mi mente:
-Mi hermana va a casarse.
-Qué hermoso. Hay algo mágico en los casamientos, ¿no
lo cree?
Intento sonreír, con todas mis fuerzas lo intento.
Parece funcionar porque, por el espejo retrovisor, noto que el anciano me
corresponde. Esta conversación tan trivial, tan normal, logra hacerme olvidar
qué es lo que estoy realmente haciendo de vuelta. Hay algo en exceso atractivo
que va ligado al hecho de pretender ser alguien más. Es algo que logra que nos
liberemos del peso de ser nosotros mismos y de nuestros fantasmas aunque sólo
sea por meros segundos. Es eso, o quizá el hecho de que en realidad sí necesito
hablar, lo que me hace seguir hablando.
-Mis padres no están muy de acuerdo con el hombre que
ella eligió, pero yo creo que si en verdad se aman nadie tiene por qué
entrometerse.
-Estoy de acuerdo hija. Todos tenemos derecho a tomar
nuestras propias decisiones.
Estamos frente a la puerta de mi casa antes de que
pueda seguir hablando.
-Buena suerte querida-Me dice una vez que me bajo del
vehículo.
Sonrío, porque qué otra cosa puedo hacer. La enorme
puerta de vidrio con la cual conviví toda mi vida se me aparece como un objeto
extraño y amenazador. Una vez leí en un libro que la distancia funciona como el
tiempo. Creo que nunca había terminado de entender su significado hasta ahora.
Sólo me fui seis meses, no el suficiente tiempo como para que olvidase las
cosas de las que solía rodearme cuando vivía con mis padres, pero por cada
kilómetro que había puesto de distancia entre mi vieja y mi nueva vida,
parecían haber pasado cien años. Todo a mi alrededor parece desconocido, fuera
de lugar incluso. Y las cosas empeoran cuando entro a la casa. Apenas cruzo el
umbral de la puerta me aturde el silencio. Jamás había estado tan silenciosa.
-¿Mamá?-Le pregunto al aire-¿Papá?
Mi voz parece demasiado alta y mis pasos demasiado
estruendosos.
No veo a ninguno de los dos hasta que no me encuentro
en su cuarto, donde sorprendo a mi madre hecha un ovillo sobre la cama,
llorando como jamás la había visto llorar.
-¿Mamá? ¿Qué pasó?
Miles y millones de teorías y situaciones hipotéticas
comienzan a superponerse en mi cabeza, resultando dominante la peor: Samantha
murió. Cierro mis ojos, inspiro una bocanada de aire, juntando fuerzas para no
quebrar yo también, y me acerco a abrazar a Andrea.
-Tu papá…-Susurra.
Me sorprendo también ante el tono de su voz. Es
apenas audible, ronco, en nada parecido a su usual tono cantarín.
-Mamá, por favor. ¿Qué pasó? ¿Papá está bien?
Su instinto maternal parece dominar su psiquis al
captar la súplica en mi voz y los sollozos cesan.
-Él… Él se fue. Me dejó.
Debo admitir que esto sí que es algo inesperado.
-¿A dónde se fue?
-No lo sé-El instinto vuelve a desaparecer, abriendo
camino a los incontrolables sollozos.
-Mamá voy a ir a hacerte un té para que te recuperes,
pero necesito que cuando vuelva me digas con exactitud qué fue lo que pasó.
No tengo ni la menor idea de si entiende o no lo que
le dije puesto que se limita a asentir débilmente con la cabeza, pero bajo a
hacerle el té de todas formas. Me cuesta un poco recordar dónde encontrar cada
cosa, pero logro prepararlo sin ningún inconveniente. No me atrevo a llamar a
papá; no todavía. No sé si es porque nuestra relación nunca fue demasiado
cercana y no estoy acostumbrada a dialogar con él sin mamá o Samantha de
intermediaras, o porque no estoy psicológicamente preparada para enfrentarme a
la realidad.
Al retornar a la habitación, veo a Andrea en la misma
posición que cuando me fui. Es una imagen patética, triste. Mi madre siempre
fue demasiado estoica, siempre mantuvo su compostura sin importar la situación
ni cuán afectados estuviesen los otros. Verla a ella en semejante estado es una
desilusión, es ver cómo todo sobre lo que
te habías sostenido a lo largo de tu vida se desmorona.
-Toma mamá, acá está el té.
Se sienta y agarra la taza con parsimonia, en cámara
lenta. Ninguna de las dos emite palabra alguna mientras Andrea ingiere la
infusión de a pequeños sorbos. De pronto, la imponente mujer que me crió se
convierte en una niña indefensa que necesita consuelo. ¿Por qué será que la
depresión y la tristeza nos retrotraen a comportamientos infantiles? Mi teoría
es que, al ser emociones tan primitivas, requieren de respuestas y
comportamientos semejantes, obligando a quien las padece a volver a las
actitudes más infantiles. Pero no es más que una simple teoría.
Una vez que mamá vacía la taza vuelvo a preguntarle
qué pasó. Noto que la turbación y las lágrimas amenazan con reaparecer pero mantiene la compostura.
-Tu hermana. Eso pasó.
Mi corazón da un vuelco y me asombra el odio que
destilan sus palabras.
-¿Samantha está viva?
Mi voz es apenas un murmullo.
-Si es que a eso se le puede llamar vivir….
-¿Qué estás diciendo? Mamá por favor se clara.
-Tu hermana está en Rosa de los Vientos Gianna, está
en un psiquiátrico.
Una parte de mí, la que se alegraba al pensar que
existía la posibilidad de que hubiese muerto, no se sorprende al oír la
noticia.
-¿Y cómo terminó ahí?
-Quién sabe. Samantha siempre hizo lo que quiso sin
darle explicaciones a nadie. Sólo ella sabe por qué hace lo que hace.
-No hables así de ella-Susurro.
La otra parte de mí, la que anhela volver a tener
interminables conversaciones con su hermana menor hasta la madrugada, la que
extraña ser alguien a la que recurrían en busca de ayuda o consejo, no soporta
la idea de que ataquen a Samantha. Mucho menos nuestra propia madre. Como en
los viejos tiempos, me pongo en el papel de abogada de mi hermana menor.
-¿Y qué querés que diga? ¿Qué estoy orgullosa de mi
hija? Por favor Gianna no seas ridícula. Sé que siempre defendiste a Samantha
pero seamos realistas.
-Pero, ¿estás segura que…?-Las palabras parecen no
querer salir de mi boca.
Andrea arquea las cejas y noto el rastro de una
irónica sonrisa amagando con hacer acto de presencia.
-¿Qué si estoy segura de que está loca?-Completa la
pregunta por mí.
Asiento débilmente con la cabeza.
-Después de ver lo que vi, totalmente segura.
-¿Qué pasó cuando fueron a verla mamá? ¿Cómo está
ella?
-Es un desastre hija.
Andrea suelta un suspiro dramático y noto que, poco a
poco, su postura se va volviendo cada vez más erguida. Me pregunto si el hecho
de que Samantha, la persona con la que parecía jamás tener paz, esté lejos al
fin y poder contar su historia es lo que le da satisfacción, lo que hace que se
recupere. Destierro la idea, no por improbable, sino por miedo a la imagen de
mi madre como un ser tan cruel.
-Primero que nada, su aspecto es deplorable. Tenía
los pies descalzos, inmundos; el pelo enmarañado y sucio, largo como nunca
antes lo tuvo; sus ojos estaban rojos, como inyectados en sangre. Y las ojeras…
Dios mío eran las ojeras más
pronunciadas que vi en mi vida. Incluso le latía la vena que tiene bajo el ojo
derecho. Tengo que admitir que daba miedo mirarla. Sin mencionar su exagerada
delgadez, claro. Se nota que hace tiempo no come bien-Hace una pausa para tomar
aire y luego agrega-Eso es lo que consigue al abandonarnos y tratarnos como lo
hizo. Como te dije, nunca le importó nadie más que ella y mirá a dónde la llevó
esa actitud.
-Mamá, ¿estás escuchando lo que estás diciendo? Dios
mío, ¡es tu hija! ¿Cómo podés hablar así de ella? ¿Cómo puede importarte tan
poco el hecho de que esté en Rosa de los Vientos? Quién sabe qué fue lo que le
pasó cuando se fue. Podría haber estado muerta mamá y a vos lo único que te
importa es cuánto hirió tu ego el hecho de que se haya ido de casa.
No sé de dónde sale la ira que me impulsa a hablar, a
decirle a Andrea todas estas cosas. Lo único que sé es que no puedo quedarme
sentada escuchándola hablar así de Samantha, con la imagen de mi hermanita
demacrada, encerrada en un psiquiátrico por quién sabe qué causas.
-No voy a soportar que otra de mis hijas me trate
como se le de la gana Gianna. Tuve demasiado con tu hermana. Suficiente tuve
que soportar con que te fueras a otra provincia porque no podías quedarte con
tu familia a lidiar con el problema en el que nos había metido Samantha. Sabés
dónde está la puerta. Probablemente el inútil de tu padre te reciba, sea donde
sea que se esté quedando. Juntos pueden jugar a los detectives si quieren pero
es obvio que van a terminar llegando al mismo destino que ahora: Samantha está
loca.
Sin poder seguir oyendo sus crueles palabras corro
escaleras abajo, salgo hasta el jardín y me hago un ovillo en la vereda,
llorando de la misma forma en la que encontré a Andrea una hora atrás. Sé que
debo llamar a papá, pero no puedo. ¿Y si él también dice que Sam está loca? ¿Y
si él tampoco quiere hacer nada para ayudarla? Sólo entonces caigo en la cuenta
de que en ningún momento le pregunté a mi madre cómo supieron dónde encontrar a
Sam. Lo anoto en la lista de cosas de las que hablar con papá.
-¿Gianna?
Levanto la vista, a sabiendas de que mi rostro debe
ser un desastre, y me encuentro frente a frente con la última persona a la que
hubiese querido ver después de enterarme el paradero de Samantha.
-Tobías-Susurro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario