jueves, 31 de agosto de 2017
Cliché número 2
Nos crían para adaptarnos a la mediocridad, a la simplicidad. Nos alientan a perseguir la felicidad, pero imponen estúpidos convencionalismos que hacen que la persecución se termine volviendo quimérica. ¿Cómo cuáles? El disimulo, por ejemplo, la mesura. Si me enamoro, ¿por qué tengo que pretender que no me importa? Si estoy enojada, ¿por qué tengo que sonreír? Y si quiero reír a carcajadas, ¿por qué debería callar? El ser humano es el único animal capaz de suicidarse, pero no porque haya tomado consciencia sobre alguna verdad universal incomprensible para el resto de las especies, sino porque es el único animal al que se le aconseja hacer una cosa mientras se le impone otra. ¿Es eso control? ¿Privación de la libertad? ¿Somos siquiera libres? ¿Qué es la libertad?
martes, 1 de agosto de 2017
-¿Estás listo querido?-Le
preguntó Clarisa. ¿O no era ella Lucila?
-Ya salgo bombón.
Francisco no estaba seguro de
cómo se llamaba la despampanante rubia de ojos claros que, desde hacía una
semana, parecía seguirlo a todos lados, asintiendo, sonriendo y obedeciendo a
cuanto él decía. No lo recordaba, en parte porque no le importaba, y en parte
porque tenía tanto alcohol en la sangre que no era capaz de pensar con
claridad. Era irónico que finalmente hubiese llegado el día que con tanto
ímpetu había estado esperando, y que lo único que quisiera hacer fuese
acostarse a dormir, para no despertar jamás.
-Fran, ¿estás bien?
Esa voz ya no provenía de la
rubia desconocida sino de Carla, su editora. Su cable a tierra, su sostén.
Finalmente abrió la puerta y
salió del baño de la librería, donde se había encerrado apenas habían llegado.
-Fran, si no estás listo…
Carla conocía la historia real
del libro; sabía cuánto de lo escrito estaba basado en hechos reales y cuánto
era mera ficción. También sabía cómo, con cada mención de Victoria, uno de sus
personajes principales, el corazón de Francisco se iba desgarrando cada vez
más. Hablar sobre ella por horas enteras podría terminar resultando
contraproducente.
-Estoy bien Carla-Afirmó
Francisco.
La mujer decidió creerle, pasando
por alto su demacrado rostro, el rojo de sus ojos y el aliento a vodka barato.
Francisco había estado en peor forma y lo había sobrellevado: si él decía que
estaba bien, ella no era nadie para contradecirlo.
Caminaron juntos hacia el centro
de la librería. Carla tomó asiento junto al público y Francisco fue a
acomodarse en el escritorio que los dueños habían colocado frente a las
cincuenta sillas de plástico blanco.
-Hola, buenas tardes-Comenzó
hablando el escritor-Yo soy Francisco Bernárdez, como seguramente ya saben.
Se escuchó el rumor de una risa entre
los oyentes, aunque Francisco sabía que no había sido gracioso. Estaba a punto
de seguir con la monótona perorata que se había aprendido de memoria cuando la
vio entrar. ¿Qué hacía ella ahí? ¿Es que no estaba viviendo en Londres? Su
esbelta figura, su lacio pelo negro y su dulce y tranquila forma de andar lo
retrotrajeron años atrás, a la primera vez que lo había visto, a esos primeros
días de universidad, donde todo era nuevo, posible, mágico y mucho menos
complicado que en ese momento.
-Olivia-Susurró Francisco.
¿O acaso lo dijo en voz alta? Lo
debe haber dicho en voz alta, porque la muchacha clavó sus oscuros ojos en él y
la poca gente que había asistido a la presentación del libro se volteó sorprendida
a verla. ¿Podía ser la misma Olivia del libro? Se preguntaron todos. ¿Acaso los
personajes eran reales?
-¿Cómo pudiste?-Susurró ella.
El público enmudeció, el mundo
de Francisco se detuvo. Debía admitirse a sí mismo que, mientras iba
escribiendo el libro, usándolo a modo de terapia, y también durante todo el
proceso que conllevó decidir si iba o no a publicarlo, en ningún momento se le
cruzó por la cabeza cómo reaccionarían los demás; cómo reaccionarían sus
personajes. En lo único en lo que podía pensar era en ella, en ella y en cuánto
la extrañaba, y en que necesitaba encontrar un modo de lidiar con el dolor, de
distraerse, aunque fuese sólo por unos segundos.
Antes de que pudiese responder
algo, la puerta volvió a abrirse y por ella entraron dos personas que, al igual
que a Olivia, Francisco creyó que jamás volvería a ver. Sonrió ante lo ridícula
que se había vuelto la situación. Quizá, en el fondo, eso era exactamente lo
que Francisco había estado buscando.
-Sos un imbécil-Gritó el más
alto.
Caminaba, o mejor dicho corría.
Hacia él movilizado por la ira. Podía notarse en sus ojos el mismo dolor que en
los de Francisco, la misma desorientación.
-Jeremías-Le dijo Francisco
ampliando su sonrisa.
El público volvió a
conmocionarse. ¿El mismo Jeremías del libro? ¿Era posible que todo eso fuese
una puesta en escena, con todos los personajes del libro, hecha con intención
de publicitarlo? ¡Qué original!
Francisco anticipó, imaginó el
dolor antes de sentirlo. Quizá eso era justo lo que había estado esperando: un
puñetazo en la cara.
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