Te
siento en las tazas de café que tomo todas las mañanas, de manera religiosa. Te
siento en las canciones que escucho cuando camino hasta mi casa después del
laburo. Te siento en esas silenciosas lágrimas que suelto cada vez que me
encierro en el baño, cuando no aguanto más y escapo un rato de la compañía,
para asegurarme de que nadie se dé cuenta de que, en realidad, no estoy tan
bien como digo que estoy. Te siento en todos esos pequeños rituales en
solitario, rituales que repito todos los días, de la misma manera y casi
durante los mismos horarios, rituales que me dejan tiempo para pensar en todas
las decisiones que tomé, en dónde estoy ahora. ¿Te acordás cuando me dijiste
que era mejor morir por amor que vivir sumido en el letargo de la monotonía
cobarde? Elegí la segunda y ahora estoy pagando las consecuencias. Tenías
razón.
Nuestra
historia fue, como toda historia de amor, una simple posibilidad entre muchas:
una posibilidad que nunca pudimos concretar. Me pregunto siempre, como te
preguntaba a vos en esas noches llenas de birra, humo y confesiones, ¿será que
existe la opción correcta? ¿Será que sí había un camino para cada uno de
nosotros y, como boludos, decidimos doblar en el desvío equivocado? Si
siguiéramos hablando como antes, sé qué me dirías. Me dirías que me deje de
joder con la filosofía barata y haga algo: que si te quiero que te busque, que
lo deje y te busque, que a las cosas hay que hacerlas y no pensarlas. Pero no
es tan fácil, te respondería yo. No es tan fácil, porque ya pasaron años y años
desde esas épocas en las que nos contábamos todos y disfrutábamos de esa
tensión y de esa chispa, siempre ignoradas, pero omnipresentes.
Lo
más triste de todo es que yo había aprendido a vivir así. Había aprendido a
vivir conforme, pretendiendo que alcanzo el cielo cada vez que él me toca,
cuando, en realidad, no parezco ni poder levantarme del piso. Yo vivía bien sin
conocer las formas reales de todo aquello que me pasaba por delante, como si
estuviésemos todos sumergidos en una enorme pileta. Lo borroso me era natural y
el casi tenía para mí el mismo peso que el todo. Las cosas eran tan simples
cuando estabas lejos, cuando yo te imaginaba cumpliendo tus sueños, sin
recordarme a mí ni a los recitales a los que íbamos y durante los que el mundo
se suspendía mientras bailábamos juntos, sin coordinar ni un solo movimiento.
Pero
ahora estás acá. Ahora das clases en el curso del lado. Ahora compartís conmigo
el espacio que tanto decíamos odiar y al que nos terminamos volcando por pura
vocación. Ahora mis ojos se encuentran con los tuyos mientras te paso un mate
en la sala de profes, donde el roce de tus dedos con los míos se convierte en
una simple reminiscencia de esa juventud perdida e irrecuperable, de ese amor
que nunca fue pero pudo ser. Creo que lo que más me pesa de todo esto, es que
nunca llegué a conocer lo que serían tus labios sobre los míos, tu piel contra
mi piel, en algo más que un fingido abrazo fraternal.
¿Pensás
vos en mí casi tanto como yo te pienso? Si te hago caso y te voy a buscar,
después de tantos años de ignorar el sentimiento que siempre supimos nos consumía,
¿vendrías conmigo?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario