Prefacio
Era la medianoche de un lluvioso domingo
de marzo y Victoria Priori estaba esperando un colectivo que nunca iba a
llegar. Las gotas de agua caían frenéticamente entre su pelo negro azabache,
por su rostro y sobre su ropa, empapándola por completo. A ella parecía no
importarle: no parecía sentir ni el agua, ni el frío. Lo único que sentía era
el peso de la espera.
¿Dónde
estará el bendito colectivo?
Mientras esperaba, pensaba en Salvador.
¿Estaría él pensando en ella? ¿Desearía que llegara el colectivo tanto como
ella? El colectivo hacia la libertad, como le gustaba llamarlo…
Pasaban las horas y el vehículo seguía
sin dar señales. Victoria comenzaba a ponerse nerviosa. Comenzaba a preguntarse
cuán buena idea había sido dejar todo atrás por Salvador. Sin embargo, apenas
ese pensamiento cruzó por su mente, se arrepintió. ¿Cómo podía dudar de él?
¿Cómo podía dudar del tan sólido “nosotros” que habían construido? Para probar
que estaba arrepentida (para probárselo a vaya uno saber quién), se clavó las
uñas en las palmas de las manos. Y lo hizo con tanta fuerza que comenzó a
sangrar. Y, luego de sangrar, comenzó a reír. No sabía muy bien por qué, pero
no podía parar de reír.
Sangraba. Reía. Esperaba. Y llovía.
¿Dónde
estará el bendito colectivo?
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