jueves, 19 de marzo de 2020

Después de Victoria


Prefacio
Era la medianoche de un lluvioso domingo de marzo y Victoria Priori estaba esperando un colectivo que nunca iba a llegar. Las gotas de agua caían frenéticamente entre su pelo negro azabache, por su rostro y sobre su ropa, empapándola por completo. A ella parecía no importarle: no parecía sentir ni el agua, ni el frío. Lo único que sentía era el peso de la espera.
¿Dónde estará el bendito colectivo?
Mientras esperaba, pensaba en Salvador. ¿Estaría él pensando en ella? ¿Desearía que llegara el colectivo tanto como ella? El colectivo hacia la libertad, como le gustaba llamarlo…
Pasaban las horas y el vehículo seguía sin dar señales. Victoria comenzaba a ponerse nerviosa. Comenzaba a preguntarse cuán buena idea había sido dejar todo atrás por Salvador. Sin embargo, apenas ese pensamiento cruzó por su mente, se arrepintió. ¿Cómo podía dudar de él? ¿Cómo podía dudar del tan sólido “nosotros” que habían construido? Para probar que estaba arrepentida (para probárselo a vaya uno saber quién), se clavó las uñas en las palmas de las manos. Y lo hizo con tanta fuerza que comenzó a sangrar. Y, luego de sangrar, comenzó a reír. No sabía muy bien por qué, pero no podía parar de reír.
Sangraba. Reía. Esperaba. Y llovía.
¿Dónde estará el bendito colectivo?

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