lunes, 12 de junio de 2017

El grito.

Escuchó gritos, lamentos. Sabían a miseria, a desesperación, a incertidumbre, a desorientación. Quiso encontrar la fuente de esos desgarradores gemidos, intentar ayudar (de alguna manera) a su dueño. Se paró y comenzó a correr, buscándola... estaba segura de que era una mujer la que gritaba...
No sabe cuánto tiempo corrió, cuánto tiempo buscó (pueden haber sido minutos, horas, incluso años) hasta que, de pronto, notó que, en todo ese tiempo, los aullidos nunca habían disminuido ni aumentado su volumen, eran siempre iguales. Se detuvo: el descubrimiento, la iluminación. Era ella la dueña del grito, la persona a la que había intentando ayudar.
El grito cesó, llegó el silencio. Cerró los ojos: el descubrimiento era el fin de su camino.

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