domingo, 29 de octubre de 2017

Vivir en el escape.

Vivir intentando escapar constantemente. Escapar de conversaciones, de personas, de emociones, de situaciones, de etapas, incluso de nosotros mismos. Vivimos momentos meditando cómo vamos a relatarlos después; nos desligamos del presente para abrazar el inexistente futuro y tergiversamos lo vivido por no recordar cómo sucedió. Escapamos, huimos, nos abstraemos.

¿Y si ese es en realidad el fin de la vida? El escape. En ese caso, todos alcanzaríamos ese aparente objetivo universal: todos terminamos huyendo. Aunque, ¿qué pasa si, por el contrario, nunca alcanzamos a vivir por estar tan aferrados a ese escape? ¿Entonces, qué? Sumidos en la incertidumbre, otra vez. Y yo sigo intentando encontrar las respuestas en el humo.

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